Y me quedé en tejidos inertes
A sordas con esa imagen.
De golpe y por un segundo.
Luego me compuse
Y seguí
Ya con algunas certezas
Para mirar Un espacio para contar brutalidad, salvajismo, lo suave o lo sabio. El amor, lo humano, la vida Poemas, escritos libres, prosas, cuentos. Propios y ajenos
...Y era solo eso, pura amabilidad, puro agradecimiento por haber prestado su casa y su tiempo a esos revolucionarios que no tenían corazón. En esa postura, con las rodillas juntas, acurrucada en el centro de la larga escalera, parecía más bien una niña, el garabato artrítico del desamor. Quiso llorar, como tantas veces que la vida perra la enrostraba el espejo del desengaño. Quería llorar con toda su alma para sacarse de una vez la espina quemante de ese capricho, pero su mirada del quiltra lunera no logró reflejar la claridad agónica que se iba en el último pestañazo de la tarde...
Pedro Lemebel
Sé, de una manera visionaria, que moriré de poesía. Esto no lo comprendo perfectamente, es vago, es lejano, pero lo sé y lo aseguro. Tal vez ya sienta los síntomas iniciales: dolor en donde se respira, sensación de estar perdiendo mucha sangre por alguna herida que no ubico
Hay mensajes cuyo destino es la pérdida,
Hanako, una joven bella, aunque atolondrada, tenía un amante escrupuloso y pulcro que gustaba de hacer el amor con guantes. Antes de tocarla, el hombre vigilaba personalmente su baño y exigía que ella se fregara con piedra pómez de pies a cabeza, se depilara hasta el último vello y enjabonara cuanto pliegue y orificio había en su esbelto cuerpo, todo sin una sola palabra de afecto o de aprecio por sus encantos. Ahora bien, en el jardín de Hanako había un estanque donde vivía una carpa gigante y venerable. A pesar de sus cuarenta años de existencia, el viejo pez no tenía ninguna de las mañas del meticuloso enamorado de Hanako, por el contrario era fuerte como un atleta y lleno de consideración como deben ser los buenos amantes. No es raro, por lo mismo, que ella prefiriera su compañía. La joven solía sentarse a la orilla del agua, llamarlo por su nombre y él subía a la superficie a jugar con ella. Una noche, después de recibir las higiénicas caricias del hombre con guantes, salió al jardín y se echó a orillas del estanque a llorar. Atraído por los sollozos, el gigante subió del fondo y acercándose a la mano lánguida que tocaba apenas el agua, le chupó uno a uno los dedos con sus fuertes labios. Hanako sintió que su piel se erizaba y una sensualidad desconocida la recorría entera, sacudiendola hasta la esencia misma de su ser. Dejó caer un pie al agua y el pez besó también cada dedo con la misma dedicación, luego la otra mano y el otro pie, y enseguida ella puso las piernas en el estanque y la carpa frotó las escamas de plata de su vientre contra la piel de la muchacha. Hanako comprendió la invitación y se dejó caer en el barro del estanque, abierta y blanca como como una flor de loto, mientras el atrevido pez rondaba en torno a ella acariciándola y besándola y obligándola a abrir las piernas y entregarse a sus caricias. El pez le soltaba chorros de agua por las partes más sensibles y así poco a poco fue ganando terreno conduciéndola por las rutas del placer sublime, un placer que Hanako no había tenido jamás en brazos de hombre alguno y menos, por supuesto, del amante enguantado. Más tarde ambos reposaron flotando contentos en el barro del estanque bajo el escrutinio de las estrellas. Lady Onogoro Japón, siglo XI
Mi sangre no coagula rápido, se cierra con dificultad lo que se cierra en mí, no me repongo por completo de ninguna herida, cada lastimadura...