domingo, 6 de marzo de 2011

Crónica de la tarde de un jueves

Entré a una farmacia y mientras esperaba que me atiendan, percibí un aroma familiar.
(Era su perfume, creo, o espero…)

Como atontada me acerqué al probador de fragancias, y sentí la necesidad de encontrar la fuente de aquel que persistía en el ambiente. Cuando la encontré, rocié un poco de ese delicioso elixir en mi muñeca, y ahí, en ese instante, ocurrió. Me perdí.

Perdí la noción de espacio y tiempo.

Después de unos segundos o una hora, un bocinazo que provenía de una molesta cercanía, me devolvió a la realidad boticaria.
Me encontré enredada en una abrazo tanguero con el pobre señor farmacéutico, canturreándole a su oreja flácida, carnosa y peluda, “Como dos extraños”… El pobre hombre desesperado trataba de despegarme, con cara de pavura y pudor ante el resto de la concurrencia. Alcancé a escuchar su voz agudizada por el estupor, diciendo -¡¿que hace señora?!.

Rápidamente, recobré mi compostura, alineé a mis hijos (testigos absortos del suceso), me acomodé el pelo, aclaré mi garganta y… -Bueno, necesito saber el precio del diclofenac plus ultra...


Chuge